30.11.05

Miedo a Volar

Mis ojos aún continúan intentando acostumbrarse a los rayos del sol. He escuchado ruidos, sonidos de voces durante mucho tiempo, pero aún no me he atrevido a salir.

Yo fui la última en romper el cascarón. Y es que allí dentro se estaba tan bien… Sí, estaba muy oscuro, pero era calentito, seguro, tranquilo,… era mi sitio, el lugar en el que me sentía cómoda y parecía que nada ni nadie podía tocarme o desestabilizarme.

Aquel día, cuando di el primer picotazo, vi cómo la luz se abría paso a través de la pequeña rendija que yo misma había creado sin poder dar marcha atrás. Después, continué tímidamente, sin que nadie me ayudara a salir y allí, frente a mí, vi a mis hermanos levantando el vuelo sin ningún temor (o, al menos, eso es lo que a mi me parecía). “Alguien les habrá enseñado” – me decía a mí mismo. Así que allí me quedé, esperando que alguien me enseñara a mí también.

Pasaron los días, los meses, los años, pero el momento de la clase de vuelo no llegaba, y ahí continuaba yo, acurrucado en mi nido, bajo las alas de mamá, viendo cómo mis hermanos eran capaces de salir solos, hacer amigos y hasta de buscar comida. Algunas veces me habían invitado, pero mamá siempre les decía: “Dejad a vuestro hermano, ¿es que no sabéis que él no puede volar?” Y yo me quedaba tan contento y feliz allí, en mi rinconcito, en el lugar en el que me encontraba seguro y resguardado, y me sentía bien por no tener que enfrentarme a los peligros a los que se enfrentaban mis hermanos cada vez que abandonaban el hogar. A veces regresaban heridos o cuando ya era muy de noche, pero en la mayoría de las ocasiones venían contando anécdotas muy divertidas. Era entonces cuando yo me quedaba muy triste, porque lo cierto es que yo no me divertía nada en todo el día.

Poco a poco, casi sin darme apenas cuenta, algo en mí comenzó a cambiar y tuve ganas de saber. Tuve curiosidad por lo que estaba un paso más allá de mi nido y quise salir. Al principio sufría de solo pensar en alejarme de allí, pero… quería hacerlo. Me costó mucho tiempo la sola idea de moverme del lado de mi mamá (a ella no le gustó e, incluso, pensó que no lo conseguiría, que ya era mayor para intentarlo). Me planteaba si mis alas servirían y, dentro de mí, sabía que aunque me iba a costar un tremendo esfuerzo aprender a levantar el vuelo lo iba a conseguir, porque había decidido que quería hacerlo. Me caí muchas veces. Lloré, quise abandonar y volver corriendo bajo esas alas protectoras que siempre me dieron seguridad, pero quería vivir mi propia vida, no quería que nadie continuara eligiendo por mí.

Y aquí me encuentro después de muchos intentos fallidos al borde del nido, a punto de emprender mi aventura en solitario. Nadie me dijo nunca que sería fácil abandonarlo, nadie me dijo que lo pasaría bien, pero sí sé que, a pesar de que tengo miedo a volar, Alguien me ha dicho hoy que no me va a dejar solo cuando despliegue mis alas.

16.11.05















Hallstat (Austria): Uno de esos lugares que te hace soñar despierto.

8.11.05

En Mi Corazón

Existen tantas cosas de las que se podría prescindir para vivir... tantas! Me sobra todo, pero me faltaría todo, si Tú no estuvieras aquí, conmigo. Siempre. Hasta cuando mis manos no pueden tocarte, siento que estás tan cerca...

... Y me pregunto qué he hecho para recibir un premio así, cuando pensaba que moriría sin conocer a Alguien como Tú. Alguien que consigue que ser especial ya no sea suficiente; Alguien que transforma el silencio en palabras; Alguien que nunca me ha dicho: “Si me necesitas...”, porque, simplemente, siempre estuvo, ha estado y estará ahí, aun cuando ni siquiera yo era consciente de ello.

¿Sabes? A veces me cuesta hablar contigo, y es que... me conoces tan bien... Me desnudas con la mirada, y yo me siento tan poca cosa, tan insignificante que, por un momento, me querría morir de la vergüenza, porque apenas si puedo levantar mi vista del suelo. Sí, y es entonces cuando busco, con mi imaginación, un lugar en el que esconderme, aunque sé que, haga lo que haga, será imposible.

Segundos antes de cerrar mis párpados, miro a través de los cristales de la ventana; los abro y dejo que la brisa nocturna me acaricie, con rabia, la cara. Disfruto de ese instante, mientras un precioso cielo y una luna rodeada de estrellas presencian el espectáculo que Tú y yo, continuamente lejos, pero cerca, contemplamos juntos. Y te doy las gracias por ayudarme a ver el mundo a través de unos ojos que no son los míos (unos ojos imperfectos, que no ven bien); por hacer que lo normal no exista y hacer que lo complicado se torne sencillo; porque has hecho uno de mis sueños realidad: tener una estrella con mi propio nombre,... Gracias por darme la seguridad de que esa luz no se apagará jamás, porque Tú la mantendrás viva.

No sé quién dijo que “cuando algo es de verdad dura siempre y, cuando no, sólo pasa a ser el fragmento de un pasado que queda en el olvido”. Muchos se han quedado atrás, mientras yo era consciente de una realidad que no podría cambiar aunque quisiera. Esto me duele tanto... quizá, más que un amor no correspondido o un “por qué” no contestado. El daño más profundo que guardaba mi corazón es el de haber escuchado a unos labios pronunciar un “te quiero” que no sienten. Pero todo eso es lo que borras Tú: la desesperanza, la inquietud, el sin sentido, la traición,... y ya nada existe, porque cuando nos conocimos, me diste un mapa que contenía un “tesoro escondido”, y no tuve que pasar horas descifrándolo o rebuscando; ni siquiera ése tesoro generó ambición en mi e, incluso, me di cuenta que todos me tomaban por loco cuando les decía que querría compartirlo con el mundo entero. No, yo solo era consciente que ése tesoro ya era mío desde el primer momento en el que lo vi y lo acepté como si siempre lo hubiera tenido en mis manos. Ya podía guardarlo, porque se había instalado dentro de mi propio corazón.

Nadie podrá decir que tiene un amigo si no te conoce, porque Tú, a excepción de todo y de todos, no sólo estás conmigo, sino con todo el que te llama por Tu nombre...

... Y cierro los ojos, porque sé que, aunque quizá mañana no se abran, Tú seguirás estando ahí para abrirlos en un lugar que, aunque ahora no quepa en mi imaginación, es y será perfecto.

No, ya lo sé. Es imposible que yo pudiera haber hecho nada para merecerte, porque cuando creí que no sucedería, llegaste y, en un momento, me hiciste comprender que no podría ser nada sin Ti.

Has cambiado el valor de pronunciar tan solo una palabra. No en mi boca, sí en mi mente.

Sí, escrita en mi corazón.

Feliz Aniversario

Han pasado más de tres horas, y Susana continúa sin decidirse por ninguna de las cosas que ha podido sacar de su armario. Le parece que le hace más vieja o que está pasado de moda, y esa noche quiere parecer de todo menos eso.

Por fin se decide y sale a buscar un bonito vestido. No pretende gastar mucho dinero, pero tiene la esperanza de encontrar algo que resulte especial...

... De camino a casa, pasa justo por delante de la peluquería, y se decide a entrar: le peinan, maquillan y le hacen una pedicura preciosa.

Llegan las ocho y media de la tarde. Mario no ha llamado en todo el día, y a Susana le resulta raro, aunque quiere pensar que debe tratarse de una especie de juego para hacer la noche más interesante. De pronto, suena el teléfono.
- ¿Susana?
- Hola cariño, estaba preocupada por ti. ¿Cómo estás? ¿Cómo te ha ido el día?
- Bien, bien.
- Oye, mira, que al final no paso a buscarte a casa, que te espero dentro de media hora en el Restaurante. Ah! Y tampoco te arregles demasiado.
Ese “Ah! Y tampoco te arregles demasiado”, dejó a Susana helada. Justo en ese momento, sentada frente al espejo, toda engalanada, con su vestido nuevo, ataviada como nunca (ni siquiera se había visto así en el día de su boda), se sintió la mujer más ridícula del mundo, aunque seguía pensando que todo aquello formaba parte de un muy bien urdido plan, para que la emoción se mantuviese hasta el final. Susana se recompuso del shock, pidió un taxi y se dirigió al lugar de su cita.
Aquel cuatro de septiembre, Mario y Susana cumplían diez años de matrimonio. Dos días antes, él le había dicho en tono muy serio que había reservado mesa en un Restaurante del centro, porque tenía algo importante que decirle. Ella estaba convencida de que aquella iba a ser una celebración inolvidable. “Estoy completamente preparada para la ocasión” –se dijo, muy contenta.
Susana llegó al Restaurante muy puntual. Fue el metre quien le llevó hasta la mesa, donde Mario esperaba sentado tomando una copa de vino. Al verla, ni siquiera se levantó para darle un beso, no siquiera se apercibió del esfuerzo que había hecho su mujer por parecer, de todo, menos convencional. Nada, no le dijo nada.
Susana se sentó, tragó saliva, e intentó seguir con el juego, pero lo cierto es que aquello no le estaba divirtiendo nada.
- Mario, ¿qué pasa?
- Nada, no me pasa nada. ¿Cenamos?
- No sé.
- Pues yo tengo hambre, no sé tú.
- No te acuerdas, verdad?
- ¿Acordarme? ¿De qué?
Mario pidió la cena por los dos (como siempre), pero Susana apenas probó bocado. Apenas se hablaron, apenas se miraron... hasta que llegó el postre.
- Bueno, Susana, te preguntarás de qué quería hablar contigo.
- ...
- Mira, desde hace tiempo vengo pensando en nosotros, y esto no funciona bien.
- ...
- Dime algo.
- Termina lo que tengas que decir.
- No eres la mujer que yo pensaba, no eres lo que yo buscaba... Yo quiero alguien que piense igual que yo, que opine como yo, que esté de acuerdo conmigo en todo. Tú no eres así, y me gustaría encontrar lo que busco.
- ...
- ¿No vas a decir nada?
- Hoy es nuestro décimo aniversario de boda, y a pesar del daño que me has hecho por haberlo ignorado, te perdono, y de todo esto que me dices, ¿qué puedo responderte? Te conozco muy bien, y no hay nada que desee más en este mundo que el que tú seas feliz. Te amo, y solo espero que pronto te des cuenta de que lo que buscas te llevará a estar cada día más solo y ser más desgraciado.
En aquel instante, Susana dejó suavemente su servilleta sobre la mesa, se levantó, dio un tierno beso a su marido en la mejilla y se fue de nuevo hacia casa.

Me dejo llevar

Apenas duermo, las ojeras siempre me llegan hasta los pies y, desde hace un tiempo, me he dado cuenta de mi casi total falta de coordinación a la hora de realizar las tareas más básicas. Familia, amigos, hasta las personas con las que ni siquiera tengo un contacto diario, me han advertido que no debería continuar con este ritmo, que no puedo seguir así, y sé que tienen razón, pero ya no puedo parar o, más bien, no sé cómo hacerlo.

Si me paro a meditarlo, creo que no soy capaz de pensar en el momento “clave”. Sí, ese momento en el que, sin saber cómo ni por qué, de repente, todo se vuelve del revés, aunque supongo que para mí debió ser justo el momento en el que comencé a vivir mucho más aprisa de lo que mi mente y cuerpo debían permitirse, porque me siento tan cansado...

Yo era un buen estudiante, pero decidí que ya sabía bastantes matemáticas cuando solo me quedaba un año para terminar la secundaria. Quería comprarme una moto; era lo que más deseaba en la vida. Mi padre, en lugar de quitarme la idea de la cabeza, me ofreció un trabajo, que a mí me pareció el mejor del mundo, porque me pagaba, y cobrar cada fin de mes me parecía un gran lujo que me iba a permitir cumplir con todos mis sueños (al menos, eso creía, iluso de mí). A los pocos meses de tener mi tan ansiada moto, tuve un accidente en el que, gracias a Dios, no me pasó nada grave (pude haberme matado, pero tan solo me fracturé dos costillas), pero mi preciosa moto quedó destrozada. Fue entonces cuando me encapriché del coche, claro, no de uno cualquiera, tenía que ser el más caro, el más rápido... ¡el más de lo más!

A los dieciocho conocí a mi actual mujer. Salimos juntos durante varios años, y nos fue muy bien, aunque ella siempre se quejaba de que yo era muy caprichoso (tengo que reconocer que me paso los días comprando artilugios de todas clases, algunos, hasta inservibles). Yo contestaba que lo mío no eran solo caprichos, sino que lo que pretendía era ofrecerle lo mejor, así que con ese mismo argumento (que a mí siempre me ha servido y convencido) le prometí que le compraría la mejor casa del mundo, así que me maté a trabajar para poder pagar un chalet en una urbanización de lujo.

Actualmente tengo treinta dos años. Trabajo de sol a sol para pagar letras y más letras: de mi coche, una nueva moto, el coche de mi mujer, las letras del chalet, la ropa de marca de mis hijas, y montones de caprichos más. Los fines de semana salgo con mis amigos para intentar divertirme o, más bien, para olvidar y gastarme el poco dinero que me queda. Y es que ya no sé si es porque no puedo o si es porque ya no quiero parar. Sí, probablemente algún día ya no pueda seguir corriendo de un lado para otro, sin apenas dormir, a veces sin apenas comer, pero es que quizá, en el fondo, todo fue y continúa siendo mucho más sencillo para mí, porque solo consiste en hacer una cosa: dejarme llevar.

Mi Gran Familia Feliz

Mi familia está formada por siete personas: papá, mamá, mis dos hermanos mayores, el abuelo, Teddy (mi perro), y yo.

Papá es médico, y trabaja en el hospital. Mamá es abogada, y la verdad es que no sé muy bien dónde trabaja; sólo sé que todas las mañanas sale de casa muy “emperifollada”. Mis hermanos están estudiando no sé qué (bueno, eso dicen), y mi abuelo... mi abuelo está siempre sentado en su sillón viendo películas de la Conchita Velasco y comiendo pipas de calabaza.

Yo me llamo Pablo. Estudio quinto de primaria y tengo casi once años. La mayoría de los días (menos cuando viene la asistenta a casa) me quedo a comer en el colegio, porque mis padres llegan de noche a casa y porque, además, me parece que mi madre no sabe cocinar (al menos, yo nunca le he visto entrar en la cocina). A las cinco y media voy a la academia de inglés. Es un dinero bastante mal gastado, porque yo aún no sé ni decir mi nombre más que en castellano. A las seis y media... a karate! Qué ilusión! Ag! No me gusta nada, pero mi padre se empeñó y no hay quien le quite la idea de la cabeza. Encima está enfadado conmigo, porque desde que empecé hace casi tres años, aún no he pasado del cinturón blanco. Y es que yo le digo que me da pena darme de patadas con mis compañeros (que, además, son mis colegas de toda la vida), que no soy un niño violento, pero... me da la impresión que en sus planes de futuro para mí está la idea de que protagonice la próxima entrega de “Karate Kit”.

La verdad es que me paso el día pensando: “¿Por qué no me preguntarán a mi lo que quiero hacer de verdad, en vez de meterme en un montón de cosas que me aburren?”. Yo no soy tonto: ya sé por qué lo hacen. Además, me doy cuenta que es muy difícil que me puedan preguntar algo, porque mi familia sólo se reúne los sábados a la hora de comer (los domingos están todos durmiendo y se levantan a las tantas). Ése es justo el momento en el que se aprovecha para tener las típicas peleas que todos están esperando. Yo lo llamo: “La hora del Pressing Catch”.

Primero empiezan por mis hermanos: “A ver si estudiamos más y vamos menos de juerga, que ya casi tenéis treinta años, por favor, que parecéis los de Al Salir de Clase, que llevan media vida en el instituto. Ya está bien de vivir del cuento y explotar a vuestros padres”. Luego le toca el turno al abuelo: “Padre, la enfermera que venía a cuidarle se ha vuelto a quejar de que usted le da cachetes en el trasero cada vez que se da la vuelta. Pero, hombre... a su edad... háganos el favor, que ya hemos cambiado de enfermera cuatro veces en lo que va de mes”.

... Y, finalmente, como no podía ser de otra manera, los que acaban discutiendo son papá y mamá. Se dicen de todo, compiten para ver quién grita más, y siempre acaban igual.

- - Estoy harto de aguantarte. Me voy a divorciar. Eres más pedante y pesada que un bocadillo de chapas”.
- - Ah, sí? Pues si te quieres divorciar ya te puedes ir rascando el bolsillo con un buen abogado, guapo, que con lo “agarrao” que eres...


Llevo escuchando esta misma retahíla desde que me acuerdo (aunque no pueda decir desde cuándo me acuerdo, porque no lo sé). Al principio me resultaba divertido, pero ahora ya no. Y, por si acaso el que acaba “cobrando” soy yo, cuando empieza “la batalla campal”, me levanto de la mesa con mucho cuidado (aunque con los decibelios es imposible que nadie me oiga moverme), me voy a la cocina, me hago un bocadillo de nocilla y me paso el día entero con Teddy (que es el único que me escucha y comprende), jugando en el parque.

Llevo bastante tiempo haciendo mis escapadas de los fines de semana y, hasta ahora, me parece que no me echan de menos, porque cuando llego a casa nadie me dice nada ni me echan la bronca. Y es que me he dado cuenta que, cuando falto, mi familia ni se entera de que no estoy.