18.12.06

Mi regalo de navidad


Con tan solo cuatro años descubrí que "los reyes magos" son papá y mamá levantándose de madrugada a colocar los regalos bajo el árbol, con cuidado de que no les escuchemos. Lejos de desilusionarme, recuerdo haberme sentido muy contenta ante la idea de guardar el secreto y fingir que no había descubierto nada.

Recuerdo, como si lo estuviera reviviendo en este preciso instante, aquel año en el que me regalaron aquella BH roja, adornada con un gran lazo también en color rojo. Me quedé impresionada, no, alucinada: "¿Es para mi?", -me preguntaba. Ni siquiera hoy puedo describir cómo me sentí aquella mañana,admirando el gran regalo, pensando en lo bonito que era el que alguien hubiera pensado también en mi. Y solo deseo poder mantener un poquito de esa magia, porque cuando miro atrás y observo lo que tengo delante, me doy cuenta que ya nada es ni podrá ser como antes. Ya no me regalarán una bici, ni una muñeca casi tan alta como yo, ni un osito de peluche... Ahora todo se torna más complicado. Tengo casi de todo, y cuanto más anhelo tener menos me sacia.


Fantaseo ante la idea de comprarme montones de cosas, pero siento que no quiero nada de eso. Solo quiero volver a sonreír como aquella navidad, y sentirme verdaderamente dichosa porque mi vida esté plena.


Sí, eso es lo que quiero, pero no sé cómo puedo llegar a alcanzarlo.


9.11.06

"¿Qué buscas?"


Hace mucho calor y siento que la cabeza me ha a estallar. La música (o lo que sea esto que tanto aturde cada vez que lo escuchas) comienza a dar vueltas dentro de mi cerebro, como si fuera una especie de “disco rayado” que nunca parece llegar a su fin. Mucha gente me rodea. Con la mirada perdida, dan vueltas y más vueltas sin apenas darse cuenta de que yo o cualquier otro ser humano estamos ahí…

… Y me dejo llevar. Aunque me siento agobiada y no encuentro nada que me guste. Sí, me dejo llevar. Poco a poco, mis pasos avanzan acompasados junto a los del resto de la gente. De repente me doy cuenta que no quiero nada de lo que llevo en mis manos, así que lo dejo todo y salgo corriendo a la calle buscando un soplo de aire fresco.

No me siento mejor, y eso que todos dicen que salir de compras lo consigue. No sé exactamente lo que busco, pero descubro que no está dentro de ninguna tienda.

31.10.06

"MIEDO"


Hay algo en la vida que hace que, en un momento determinado, te paralices. Justo el momento en el que más necesidad tienes de echar a andar, te sientes incapaz de dar un solo paso.
Te acecha la tristeza, la soledad, el desaliento, la rutina, el desencanto, la desazón, las lágrimas, el mal humor... y, sin saber cómo, llega un día en el que te das cuenta que te has olvidado de sonreír. Y, lo peor de todo es que ni siquiera te apetece hacerlo.
¿Qué puedo hacer? - te preguntas, mientras continúas regodeándote en tu propia desesperación. Pero no hallas respuesta, porque ni siquiera la buscas.
Deseas salir de ahí, pero no lo consigues.
No haces ni la mitad de las cosas que te propones y te quedas mucho más solo que al principio. Solo con tu soledad, solo con tu aburrimiento... solo, con la única compañía de tu miedo.

26.8.06

"Cuando deja de latir"


Apenas quedaban unas horas y mi mente no podía parar de pensar. Sentía miedo. No quería enfrentarme a ese momento en el que, a través de un pequeño diafragma y un fonendoscopio, comprobara que aquel corazón hubiera dejado de latir.
Me preguntaba por qué tenía esa sensación, por qué cada día cruzaba los dedos esperando no ser yo quien tuviera decir: "lo siento, pero no hemos podido hacer nada...", hasta que me dí cuenta de la verdadera razón. Sí, yo creo en la vida después de la muerte, creo en un cielo, pero aunque puedo escuchar el tic-tac del corazón de mis pacientes, no puedo ver lo que se encuentra en su interior, y eso me aterra. No, en contra de lo que intentaron enseñarme en la Facultad: "no soy dios". Me hace sentir impotente, hace que me de cuenta del gran sufrimiento que podríamos habernos evitado si todo hubiera sido diferente desde el prinicipio y no hubiéramos tenido que pasar por este trance.
Sí, la muerte es fea. Ese momento en el que el organismo se para es duro para cualquier ser humano, y aunque no tenga miedo a la mía propia (aunque reconozco que sí lo tengo al sufrimiento), sí tengo miedo a la de las personas a las que tengo muy cerca de mi: aquellas a quienes veré después y, especialmente, a la de aquellas que no volveré a encontrar nunca más.

11.7.06

"No esperes sentado"


Llevo esperando varias semanas para poder conseguir un papel. Un papel por el que tengo que pagar, un papel del que depende mi futuro profesional a corto plazo.
Cada mañana me levanto con la esperanza de encontrar novedades, de que me digan: ¡Ya está, ahí lo tienes!, pero ese día no llega. Me enfado, grito, lloro… pero eso, lejos de cambiar la situación, la agrava más aún, porque yo me siento peor.
Es en medio de todo cuando pienso que quizá he hecho o estoy haciendo algo mal. Sí, aquí estoy, viendo pasar el tiempo, con el rostro cada vez más arrugado y el culo cada vez más plano. Y me pregunto: ¿Qué puedo hacer que no haya hecho ya? No, no hay nada más que pueda hacer, - me respondo a mi mismo cargado de razón. Pasados unos minutos vuelvo a hacerme la misma pregunta (no me convence la respuesta anterior) y me doy cuenta que mi error no está en lo que hago, sino en cómo lo hago.
Estoy sentado, cuando debería estar de rodillas

9.6.06

¿Compromiso?

¿Puede alguien explicarme cómo unos brazos que antes cobijaban ahora causan rechazo? ¿O puede alguien decirme cuál es la razón por la que un beso que antaño sabía dulce, en el presente se ha tornado amargo como la hiel? ¿Qué puedo hacer con esto? ¿Y si esta sensación tan horrible de fracaso nunca se va?

Hacía meses sospechaba que a Sara le pasaba algo, aunque no sabía muy bien qué. Había cambiado tanto que apenas podía reconocer en ella un atisbo de la persona que un día conocí. Se comportaba de forma distinta, hablaba de manera extraña y hasta evitaba mirar a los ojos cuando estaba cerca.

Yo deseaba tener la oportunidad de escucharle, hablarle, ayudarle… cuando encontré estas letras en un folio sobre la mesa de la cocina. Lo había dejado ahí, a la vista, como si ella misma lo hubiera colocado adrede, pidiendo a gritos que alguien lo leyera, como si estuviera diciendo: ¡socorro, ayúdame!

Cuántas veces le había tendido mi mano, cuántas veces le había dicho: “estoy aquí”. Cuántas veces ignoró mi presencia y despreció mi auxilio, fingiendo estar bien…
Cree que no me di cuenta, pero sé que se marchó hace tiempo, hasta cuando parecía estar a mi lado, estaba ausente. Si, creyó encontrar la vida que siempre había soñado, a las personas con las que de verdad quería estar, los lugares en los que deseaba vivir… pero tan solo fue un espejismo, una quimera… una mentira que ella misma creyó y pensó hacerme creer, pero no fue así. Ignoraba que la había llegado a conocer tanto o más que ella misma.

Cómo pasó, no lo sé. Solo recuerdo que, un día, salió de casa, voló cual ave, como si de un espíritu libre se tratase. Olvidó a sus crías, aquellas que quedaron en el nido, tristes por la pérdida de su madre. Desplegó sus alas, y cuando creyó estar volando por el firmamento azul… cayó al suelo. Y allí estábamos todos quienes la quisimos para recogerla, pero no pudimos caminar de nuevo por ella. Ha tenido que volver a aprender lo que de niña consiguió con tanto esfuerzo, y aunque llora y se lamenta por lo que un día perdió, sabe que la vida sin esfuerzo no vale la pena. Hoy sabe que aquel abrazo, aquel beso, aquella palabra dulce ya no es el fruto de un sinsentido, sino la respuesta al compromiso fiel de dos corazones que deciden, día a día, continuar amándose, pese a todo.