14.4.05

Hagas lo que hagas, tú eliges

Habían pasado varias semanas desde la última vez que nos encontramos. Pablo y yo fuimos compañeros de colegio e instituto, y siempre habíamos sido buenos amigos y confidentes. Él era una persona alegre, divertida, de fuertes convicciones, inteligente, seguro de sí mismo, muy decidido,... Pero aquella mañana me di cuenta que el Pablo que yo conocía había cambiado, pues me vi frente a alguien completamente distinto al que acostumbraba conocer. Caminaba despacio, llevaba las manos en los bolsillos, mirada fija en el suelo...

- Dime, Pablo, ¿cómo estás? Se te ve muy decaído...

- No, no me pasa nada. Estoy bien.

- Venga, que a mí no me engañas. Te conozco muy bien.

- Bueno, quizá eso era antes. Ha pasado mucho tiempo

- ¿Se puede saber qué te pasa? ¿Estás enfadado conmigo por algo?

- No, Paco, no me pasa nada contigo. Es que no quiero hablar.

- Vamos, ¿qué te parece si nos vamos a tomar algo y me cuentas cómo te va la vida, eh?

- En otro momento, de verdad. Ya te llamaré.

Por unos instantes me costó reaccionar. Me quedé en el sitio, sin apenas poderme mover. Me sentía confuso y triste, porque tuve esa dolorosa sensación que se tiene cuando se pierde a algo o a alguien sin saber cómo ni por qué. Y lo peor de todo es que estaba enfadado, pero no con él, sino conmigo mismo, porque no supe qué decir ni qué hacer.


Muchas veces me preguntaba qué sería de la vida de mi amigo, incluso remiraba algunas fotos o recordaba algunas de nuestras “batallitas”...


Pude haber intentado hablarle, verle o escribirle, pero algo (sí, el orgullo) me paralizaba. “Que lo haga él” – me repetía constantemente.


Al fin ayer se disiparon mis dudas y supe por qué Pablo nunca más me llamó. Fue una “puñalada” de esas que no se sabe bien por dónde penetran ni por dónde salen; simplemente, se convierte en una especie de herida interna que nadie ve, pero que sangra por dentro.


Pasé toda mi infancia y adolescencia con una persona a la que llegué a querer como si fuera mi hermano, con quien contaba, con quien reía, jugaba,... con quien compartía casi todo.


Esta noche lloro desconsolado, porqué sé que aunque pudo no haber cambiado nada, en un momento demostré al mundo y a mí mismo que dentro de mí existía un orgullo y un egoísmo que me impidieron decirle a Pablo tan solo tres palabras: “DIOS TE AMA”.


“Perdóname, porque sé que, en cierto modo, decidí por ti y, desgraciadamente, elegí mal”.

Uno Más

“España va bien”. ”Crece el empleo, la economía, nuestro nivel de vida es cada día mejor,…”.

Hoy, sentado en mi todavía sillón favorito, me planteo dónde pueden haber quedado tantas mentiras, y me pregunto a mí mismo cómo dar de comer a mi familia, qué hacer para sobrevivir si ya no tengo nada. Y hallo respuesta, pero… no la que quisiera.

“Paco, no te engañes, no tienes más remedio que salir fuera de tu país a buscarte la vida. Y, además, sabiendo que éste ya no será un viaje de placer, como el que hacías con Sara cada vez que os hacían falta unas vacaciones”.

Me digo todo esto, pero la verdad es que ni yo mismo me lo creo. Todavía quiero pensar que alguien vendrá a darme un pellizco, y me dirá: “¡Despierta! Menuda pesadilla has tenido, eh?”. Y, entonces, con una sonrisa en la cara suspiraré diciendo: “Uf, menos mal!”. Nada más lejos de la realidad, porque sigo esperando y nadie me ha pellizcado aún.

Todos mis esquemas han cambiado en un segundo. Existía presente y futuro, pero hoy solo encuentro pasado. Quiero enfadarme, gritar hasta partirme alguna cuerda vocal… quiero decirle a alguien: “¿por qué me has hecho esto? ¿Qué mal te he hecho yo?”, pero… lo cierto es que no creo que exista un dios y, si existe, prefiero no conocerle, porque esto que ha pasado ha debido ser idea suya.

Ayer, yo era “Don Francisco Sáez”: catedrático de historia; ayer era “Don Francisco Sáez”, vestido de traje y corbata, conducía un deportivo por las mañanas, un “Mercedes” por las tardes y mi “Harley” de los fines de semana; ayer era, simplemente… alguien! Nunca, por mucho que me hubiese concienciado, podría haber llegado a pensar en un planteamiento de vida diferente para mi familia y para mí. Me (nos) gusta vivir bien y, al menos para mí, no existe otra manera de hacerlo.

Todo son incertidumbres. Siento tristeza, abatimiento,… Por un instante se me pasan algunas ideas por la cabeza: “¿y si… me meto en la cama y duermo hasta que la crisis se pase y el país vuelva a ser lo que era? ¿Y si… espero aquí sentado para ver si, en unos días, me llaman del banco para decirme que han recuperado todo mi dinero? ¿Y si… abro la botella del gas y me olvido de todo?... ¿Y si…?”. Trato de usar una mente fría; trato de pensar con la inteligencia que (se supone) tengo, pero… no puedo. En realidad, no entiendo qué podría detenerme, porque aquí no me queda nada por lo que luchar.

- - Sara, no puedo con esto. Se acabó la vida para mí. Ya no me queda nada…

- - Pero… ¿qué estás diciendo? Tus hijos y yo no nos hemos ido a ninguna parte, eh? Seguimos aquí. Tenemos unas manos para trabajar, unos pies para caminar, una cabeza para pensar… Vamos a salir adelante, ya lo verás.

- - Claro, porque ellos aún no saben que estamos totalmente arruinados. Les hemos enseñado a tener los armarios repletos de ropa y calzado de marca, a llevar los móviles de última generación, a ir a los mejores colegios, comer marisco…Les hemos enseñado que no tienen que preocuparse por nada. ¿No te das cuenta que ya no les podemos dar nada de eso? ¿Qué les vamos a decir ahora? Siempre hemos vivido “demasiado” bien.

- - Les diremos la verdad. Mira, Paco, tú siempre has tenido dinero, pero sabes que yo vengo de una familia humilde. Sé lo que es no saber si se va a llegar a fin de mes; no comer carne o pescado todos los días de la semana; ponerme ropa prestada de mis vecinas o de mis primas. Sé lo que es pedir algo a tus padres y recibir como respuesta: “No, cariño, ahora no podemos”...

- - Sí, pero ellos no han vivido eso. Y, además, Sara, no me digas que es lo mismo acostumbrase a no tener nada cuando lo has tenido todo. No vas a poder ir al club a jugar al tenis, ni irás todas las semanas a la peluquería, ni saldrás a fundir la tarjeta en ropa con tus amigas. Ya no puedo daros nada. Se van a sentir tan decepcionados con su padre…

- - ¿Estás seguro?

- - ¿Cómo?

- - Que si estás seguro que son tus hijos los que se van a sentir así o eres tú mismo el que vas a ser incapaz de afrontar esta situación.

- - No me empieces con tu “rollo psicológico”, sabes que no lo soporto. ¿No te das cuenta de que tenemos que venderlo todo? ¿No ves que voy a tener que irme a otro país a buscar un trabajo para que podamos seguir comiendo? ¿No te das cuenta que…

- - Vale, para ya! No sé si soy consciente o no, sólo sé que, aquí sentados, no vamos a resolver nada.

-

No paro de preguntarme “por qué”. Sí, ya sé que aquí sentado no resuelvo nada, pero… ¿por qué si antes podía comer caviar, ahora no sé si me va a llegar para un plato de lentejas? Al menos, me podrían haber avisado que todo esto sucedería. Me habría intentado concienciar… Pero… no ha sido así. De repente, una mañana, abro mis oídos al despertador, mis ojos al nuevo día y, me doy cuenta, con una mezcla de asombro e indefensión, que nada es igual y que… posiblemente ya nunca más vuelva a serlo. Me froto los ojos, sacudo mi cara, pero…

¿Qué hago?, ¿me voy?... ¿Hacia dónde?...

¿POR QUÉ? ¿Por qué voy a pasar de ser Alguien a no ser más que un anónimo y un extraño en medio de gente, calles, paisajes, costumbres y pensamientos extraños? ¿POR QUÉ? ¿Por qué me he convertido en un pobre y solitario “inmigrante”?

En mi corazón

Existen tantas cosas de las que se podría prescindir para vivir... tantas! Me sobra todo, pero me faltaría todo, si Tú no estuvieras aquí, conmigo. Siempre. Hasta cuando mis manos no pueden tocarte, siento que estás tan cerca...


... Y me pregunto qué he hecho para recibir un premio así, cuando pensaba que moriría sin conocer a Alguien como Tú. Alguien que consigue que ser especial ya no sea suficiente; Alguien que transforma el silencio en palabras; Alguien que nunca me ha dicho: “Si me necesitas...”, porque, simplemente, siempre estuvo, ha estado y estará ahí, aun cuando ni siquiera yo era consciente de ello.


¿Sabes? A veces me cuesta hablar contigo, y es que... me conoces tan bien... Me desnudas con la mirada, y yo me siento tan poca cosa, tan insignificante que, por un momento, me querría morir de la vergüenza, porque apenas si puedo levantar mi vista del suelo. Sí, y es entonces cuando busco, con mi imaginación, un lugar en el que esconderme, aunque sé que, haga lo que haga, será imposible.


Segundos antes de cerrar mis párpados, miro a través de los cristales de la ventana; los abro y dejo que la brisa nocturna me acaricie, con rabia, la cara. Disfruto de ese instante, mientras un precioso cielo y una luna rodeada de estrellas presencian el espectáculo que Tú y yo, continuamente lejos, pero cerca, contemplamos juntos. Y te doy las gracias por ayudarme a ver el mundo a través de unos ojos que no son los míos (unos ojos imperfectos, que no ven bien); por hacer que lo normal no exista y hacer que lo complicado se torne sencillo; porque has hecho uno de mis sueños realidad: tener una estrella con mi propio nombre,... Gracias por darme la seguridad de que esa luz no se apagará jamás, porque Tú la mantendrás viva.


No sé quién dijo que “cuando algo es de verdad dura siempre y, cuando no, sólo pasa a ser el fragmento de un pasado que queda en el olvido”. Muchos se han quedado atrás, mientras yo era consciente de una realidad que no podría cambiar aunque quisiera. Esto me duele tanto... quizá, más que un amor no correspondido o un “por qué” no contestado. El daño más profundo que guardaba mi corazón es el de haber escuchado a unos labios pronunciar un “te quiero” que no sienten. Pero todo eso es lo que borras Tú: la desesperanza, la inquietud, el sin sentido, la traición,... y ya nada existe, porque cuando nos conocimos, me diste un mapa que contenía un “tesoro escondido”, y no tuve que pasar horas descifrándolo o rebuscando; ni siquiera ése tesoro generó ambición en mi e, incluso, me di cuenta que todos me tomaban por loco cuando les decía que querría compartirlo con el mundo entero. No, yo solo era consciente que ése tesoro ya era mío desde el primer momento en el que lo vi y lo acepté como si siempre lo hubiera tenido en mis manos. Ya podía guardarlo, porque se había instalado dentro de mi propio corazón.


Nadie podrá decir que tiene un amigo si no te conoce, porque Tú, a excepción de todo y de todos, no sólo estás conmigo, sino con todo el que te llama por Tu nombre...


... Y cierro los ojos, porque sé que, aunque quizá mañana no se abran, Tú seguirás estando ahí para abrirlos en un lugar que, aunque ahora no quepa en mi imaginación, es y será perfecto.


No, ya lo sé. Es imposible que yo pudiera haber hecho nada para merecerte, porque cuando creí que no sucedería, llegaste y, en un momento, me hiciste comprender que no podría ser nada sin Ti.


Has cambiado el valor de pronunciar tan solo una palabra. No en mi boca, sí en mi mente.


Sí, escrita en mi corazón.