14.4.05

Uno Más

“España va bien”. ”Crece el empleo, la economía, nuestro nivel de vida es cada día mejor,…”.

Hoy, sentado en mi todavía sillón favorito, me planteo dónde pueden haber quedado tantas mentiras, y me pregunto a mí mismo cómo dar de comer a mi familia, qué hacer para sobrevivir si ya no tengo nada. Y hallo respuesta, pero… no la que quisiera.

“Paco, no te engañes, no tienes más remedio que salir fuera de tu país a buscarte la vida. Y, además, sabiendo que éste ya no será un viaje de placer, como el que hacías con Sara cada vez que os hacían falta unas vacaciones”.

Me digo todo esto, pero la verdad es que ni yo mismo me lo creo. Todavía quiero pensar que alguien vendrá a darme un pellizco, y me dirá: “¡Despierta! Menuda pesadilla has tenido, eh?”. Y, entonces, con una sonrisa en la cara suspiraré diciendo: “Uf, menos mal!”. Nada más lejos de la realidad, porque sigo esperando y nadie me ha pellizcado aún.

Todos mis esquemas han cambiado en un segundo. Existía presente y futuro, pero hoy solo encuentro pasado. Quiero enfadarme, gritar hasta partirme alguna cuerda vocal… quiero decirle a alguien: “¿por qué me has hecho esto? ¿Qué mal te he hecho yo?”, pero… lo cierto es que no creo que exista un dios y, si existe, prefiero no conocerle, porque esto que ha pasado ha debido ser idea suya.

Ayer, yo era “Don Francisco Sáez”: catedrático de historia; ayer era “Don Francisco Sáez”, vestido de traje y corbata, conducía un deportivo por las mañanas, un “Mercedes” por las tardes y mi “Harley” de los fines de semana; ayer era, simplemente… alguien! Nunca, por mucho que me hubiese concienciado, podría haber llegado a pensar en un planteamiento de vida diferente para mi familia y para mí. Me (nos) gusta vivir bien y, al menos para mí, no existe otra manera de hacerlo.

Todo son incertidumbres. Siento tristeza, abatimiento,… Por un instante se me pasan algunas ideas por la cabeza: “¿y si… me meto en la cama y duermo hasta que la crisis se pase y el país vuelva a ser lo que era? ¿Y si… espero aquí sentado para ver si, en unos días, me llaman del banco para decirme que han recuperado todo mi dinero? ¿Y si… abro la botella del gas y me olvido de todo?... ¿Y si…?”. Trato de usar una mente fría; trato de pensar con la inteligencia que (se supone) tengo, pero… no puedo. En realidad, no entiendo qué podría detenerme, porque aquí no me queda nada por lo que luchar.

- - Sara, no puedo con esto. Se acabó la vida para mí. Ya no me queda nada…

- - Pero… ¿qué estás diciendo? Tus hijos y yo no nos hemos ido a ninguna parte, eh? Seguimos aquí. Tenemos unas manos para trabajar, unos pies para caminar, una cabeza para pensar… Vamos a salir adelante, ya lo verás.

- - Claro, porque ellos aún no saben que estamos totalmente arruinados. Les hemos enseñado a tener los armarios repletos de ropa y calzado de marca, a llevar los móviles de última generación, a ir a los mejores colegios, comer marisco…Les hemos enseñado que no tienen que preocuparse por nada. ¿No te das cuenta que ya no les podemos dar nada de eso? ¿Qué les vamos a decir ahora? Siempre hemos vivido “demasiado” bien.

- - Les diremos la verdad. Mira, Paco, tú siempre has tenido dinero, pero sabes que yo vengo de una familia humilde. Sé lo que es no saber si se va a llegar a fin de mes; no comer carne o pescado todos los días de la semana; ponerme ropa prestada de mis vecinas o de mis primas. Sé lo que es pedir algo a tus padres y recibir como respuesta: “No, cariño, ahora no podemos”...

- - Sí, pero ellos no han vivido eso. Y, además, Sara, no me digas que es lo mismo acostumbrase a no tener nada cuando lo has tenido todo. No vas a poder ir al club a jugar al tenis, ni irás todas las semanas a la peluquería, ni saldrás a fundir la tarjeta en ropa con tus amigas. Ya no puedo daros nada. Se van a sentir tan decepcionados con su padre…

- - ¿Estás seguro?

- - ¿Cómo?

- - Que si estás seguro que son tus hijos los que se van a sentir así o eres tú mismo el que vas a ser incapaz de afrontar esta situación.

- - No me empieces con tu “rollo psicológico”, sabes que no lo soporto. ¿No te das cuenta de que tenemos que venderlo todo? ¿No ves que voy a tener que irme a otro país a buscar un trabajo para que podamos seguir comiendo? ¿No te das cuenta que…

- - Vale, para ya! No sé si soy consciente o no, sólo sé que, aquí sentados, no vamos a resolver nada.

-

No paro de preguntarme “por qué”. Sí, ya sé que aquí sentado no resuelvo nada, pero… ¿por qué si antes podía comer caviar, ahora no sé si me va a llegar para un plato de lentejas? Al menos, me podrían haber avisado que todo esto sucedería. Me habría intentado concienciar… Pero… no ha sido así. De repente, una mañana, abro mis oídos al despertador, mis ojos al nuevo día y, me doy cuenta, con una mezcla de asombro e indefensión, que nada es igual y que… posiblemente ya nunca más vuelva a serlo. Me froto los ojos, sacudo mi cara, pero…

¿Qué hago?, ¿me voy?... ¿Hacia dónde?...

¿POR QUÉ? ¿Por qué voy a pasar de ser Alguien a no ser más que un anónimo y un extraño en medio de gente, calles, paisajes, costumbres y pensamientos extraños? ¿POR QUÉ? ¿Por qué me he convertido en un pobre y solitario “inmigrante”?

No hay comentarios: