8.11.05

Feliz Aniversario

Han pasado más de tres horas, y Susana continúa sin decidirse por ninguna de las cosas que ha podido sacar de su armario. Le parece que le hace más vieja o que está pasado de moda, y esa noche quiere parecer de todo menos eso.

Por fin se decide y sale a buscar un bonito vestido. No pretende gastar mucho dinero, pero tiene la esperanza de encontrar algo que resulte especial...

... De camino a casa, pasa justo por delante de la peluquería, y se decide a entrar: le peinan, maquillan y le hacen una pedicura preciosa.

Llegan las ocho y media de la tarde. Mario no ha llamado en todo el día, y a Susana le resulta raro, aunque quiere pensar que debe tratarse de una especie de juego para hacer la noche más interesante. De pronto, suena el teléfono.
- ¿Susana?
- Hola cariño, estaba preocupada por ti. ¿Cómo estás? ¿Cómo te ha ido el día?
- Bien, bien.
- Oye, mira, que al final no paso a buscarte a casa, que te espero dentro de media hora en el Restaurante. Ah! Y tampoco te arregles demasiado.
Ese “Ah! Y tampoco te arregles demasiado”, dejó a Susana helada. Justo en ese momento, sentada frente al espejo, toda engalanada, con su vestido nuevo, ataviada como nunca (ni siquiera se había visto así en el día de su boda), se sintió la mujer más ridícula del mundo, aunque seguía pensando que todo aquello formaba parte de un muy bien urdido plan, para que la emoción se mantuviese hasta el final. Susana se recompuso del shock, pidió un taxi y se dirigió al lugar de su cita.
Aquel cuatro de septiembre, Mario y Susana cumplían diez años de matrimonio. Dos días antes, él le había dicho en tono muy serio que había reservado mesa en un Restaurante del centro, porque tenía algo importante que decirle. Ella estaba convencida de que aquella iba a ser una celebración inolvidable. “Estoy completamente preparada para la ocasión” –se dijo, muy contenta.
Susana llegó al Restaurante muy puntual. Fue el metre quien le llevó hasta la mesa, donde Mario esperaba sentado tomando una copa de vino. Al verla, ni siquiera se levantó para darle un beso, no siquiera se apercibió del esfuerzo que había hecho su mujer por parecer, de todo, menos convencional. Nada, no le dijo nada.
Susana se sentó, tragó saliva, e intentó seguir con el juego, pero lo cierto es que aquello no le estaba divirtiendo nada.
- Mario, ¿qué pasa?
- Nada, no me pasa nada. ¿Cenamos?
- No sé.
- Pues yo tengo hambre, no sé tú.
- No te acuerdas, verdad?
- ¿Acordarme? ¿De qué?
Mario pidió la cena por los dos (como siempre), pero Susana apenas probó bocado. Apenas se hablaron, apenas se miraron... hasta que llegó el postre.
- Bueno, Susana, te preguntarás de qué quería hablar contigo.
- ...
- Mira, desde hace tiempo vengo pensando en nosotros, y esto no funciona bien.
- ...
- Dime algo.
- Termina lo que tengas que decir.
- No eres la mujer que yo pensaba, no eres lo que yo buscaba... Yo quiero alguien que piense igual que yo, que opine como yo, que esté de acuerdo conmigo en todo. Tú no eres así, y me gustaría encontrar lo que busco.
- ...
- ¿No vas a decir nada?
- Hoy es nuestro décimo aniversario de boda, y a pesar del daño que me has hecho por haberlo ignorado, te perdono, y de todo esto que me dices, ¿qué puedo responderte? Te conozco muy bien, y no hay nada que desee más en este mundo que el que tú seas feliz. Te amo, y solo espero que pronto te des cuenta de que lo que buscas te llevará a estar cada día más solo y ser más desgraciado.
En aquel instante, Susana dejó suavemente su servilleta sobre la mesa, se levantó, dio un tierno beso a su marido en la mejilla y se fue de nuevo hacia casa.

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