8.11.05

Me dejo llevar

Apenas duermo, las ojeras siempre me llegan hasta los pies y, desde hace un tiempo, me he dado cuenta de mi casi total falta de coordinación a la hora de realizar las tareas más básicas. Familia, amigos, hasta las personas con las que ni siquiera tengo un contacto diario, me han advertido que no debería continuar con este ritmo, que no puedo seguir así, y sé que tienen razón, pero ya no puedo parar o, más bien, no sé cómo hacerlo.

Si me paro a meditarlo, creo que no soy capaz de pensar en el momento “clave”. Sí, ese momento en el que, sin saber cómo ni por qué, de repente, todo se vuelve del revés, aunque supongo que para mí debió ser justo el momento en el que comencé a vivir mucho más aprisa de lo que mi mente y cuerpo debían permitirse, porque me siento tan cansado...

Yo era un buen estudiante, pero decidí que ya sabía bastantes matemáticas cuando solo me quedaba un año para terminar la secundaria. Quería comprarme una moto; era lo que más deseaba en la vida. Mi padre, en lugar de quitarme la idea de la cabeza, me ofreció un trabajo, que a mí me pareció el mejor del mundo, porque me pagaba, y cobrar cada fin de mes me parecía un gran lujo que me iba a permitir cumplir con todos mis sueños (al menos, eso creía, iluso de mí). A los pocos meses de tener mi tan ansiada moto, tuve un accidente en el que, gracias a Dios, no me pasó nada grave (pude haberme matado, pero tan solo me fracturé dos costillas), pero mi preciosa moto quedó destrozada. Fue entonces cuando me encapriché del coche, claro, no de uno cualquiera, tenía que ser el más caro, el más rápido... ¡el más de lo más!

A los dieciocho conocí a mi actual mujer. Salimos juntos durante varios años, y nos fue muy bien, aunque ella siempre se quejaba de que yo era muy caprichoso (tengo que reconocer que me paso los días comprando artilugios de todas clases, algunos, hasta inservibles). Yo contestaba que lo mío no eran solo caprichos, sino que lo que pretendía era ofrecerle lo mejor, así que con ese mismo argumento (que a mí siempre me ha servido y convencido) le prometí que le compraría la mejor casa del mundo, así que me maté a trabajar para poder pagar un chalet en una urbanización de lujo.

Actualmente tengo treinta dos años. Trabajo de sol a sol para pagar letras y más letras: de mi coche, una nueva moto, el coche de mi mujer, las letras del chalet, la ropa de marca de mis hijas, y montones de caprichos más. Los fines de semana salgo con mis amigos para intentar divertirme o, más bien, para olvidar y gastarme el poco dinero que me queda. Y es que ya no sé si es porque no puedo o si es porque ya no quiero parar. Sí, probablemente algún día ya no pueda seguir corriendo de un lado para otro, sin apenas dormir, a veces sin apenas comer, pero es que quizá, en el fondo, todo fue y continúa siendo mucho más sencillo para mí, porque solo consiste en hacer una cosa: dejarme llevar.

No hay comentarios: