8.11.05

Mi Gran Familia Feliz

Mi familia está formada por siete personas: papá, mamá, mis dos hermanos mayores, el abuelo, Teddy (mi perro), y yo.

Papá es médico, y trabaja en el hospital. Mamá es abogada, y la verdad es que no sé muy bien dónde trabaja; sólo sé que todas las mañanas sale de casa muy “emperifollada”. Mis hermanos están estudiando no sé qué (bueno, eso dicen), y mi abuelo... mi abuelo está siempre sentado en su sillón viendo películas de la Conchita Velasco y comiendo pipas de calabaza.

Yo me llamo Pablo. Estudio quinto de primaria y tengo casi once años. La mayoría de los días (menos cuando viene la asistenta a casa) me quedo a comer en el colegio, porque mis padres llegan de noche a casa y porque, además, me parece que mi madre no sabe cocinar (al menos, yo nunca le he visto entrar en la cocina). A las cinco y media voy a la academia de inglés. Es un dinero bastante mal gastado, porque yo aún no sé ni decir mi nombre más que en castellano. A las seis y media... a karate! Qué ilusión! Ag! No me gusta nada, pero mi padre se empeñó y no hay quien le quite la idea de la cabeza. Encima está enfadado conmigo, porque desde que empecé hace casi tres años, aún no he pasado del cinturón blanco. Y es que yo le digo que me da pena darme de patadas con mis compañeros (que, además, son mis colegas de toda la vida), que no soy un niño violento, pero... me da la impresión que en sus planes de futuro para mí está la idea de que protagonice la próxima entrega de “Karate Kit”.

La verdad es que me paso el día pensando: “¿Por qué no me preguntarán a mi lo que quiero hacer de verdad, en vez de meterme en un montón de cosas que me aburren?”. Yo no soy tonto: ya sé por qué lo hacen. Además, me doy cuenta que es muy difícil que me puedan preguntar algo, porque mi familia sólo se reúne los sábados a la hora de comer (los domingos están todos durmiendo y se levantan a las tantas). Ése es justo el momento en el que se aprovecha para tener las típicas peleas que todos están esperando. Yo lo llamo: “La hora del Pressing Catch”.

Primero empiezan por mis hermanos: “A ver si estudiamos más y vamos menos de juerga, que ya casi tenéis treinta años, por favor, que parecéis los de Al Salir de Clase, que llevan media vida en el instituto. Ya está bien de vivir del cuento y explotar a vuestros padres”. Luego le toca el turno al abuelo: “Padre, la enfermera que venía a cuidarle se ha vuelto a quejar de que usted le da cachetes en el trasero cada vez que se da la vuelta. Pero, hombre... a su edad... háganos el favor, que ya hemos cambiado de enfermera cuatro veces en lo que va de mes”.

... Y, finalmente, como no podía ser de otra manera, los que acaban discutiendo son papá y mamá. Se dicen de todo, compiten para ver quién grita más, y siempre acaban igual.

- - Estoy harto de aguantarte. Me voy a divorciar. Eres más pedante y pesada que un bocadillo de chapas”.
- - Ah, sí? Pues si te quieres divorciar ya te puedes ir rascando el bolsillo con un buen abogado, guapo, que con lo “agarrao” que eres...


Llevo escuchando esta misma retahíla desde que me acuerdo (aunque no pueda decir desde cuándo me acuerdo, porque no lo sé). Al principio me resultaba divertido, pero ahora ya no. Y, por si acaso el que acaba “cobrando” soy yo, cuando empieza “la batalla campal”, me levanto de la mesa con mucho cuidado (aunque con los decibelios es imposible que nadie me oiga moverme), me voy a la cocina, me hago un bocadillo de nocilla y me paso el día entero con Teddy (que es el único que me escucha y comprende), jugando en el parque.

Llevo bastante tiempo haciendo mis escapadas de los fines de semana y, hasta ahora, me parece que no me echan de menos, porque cuando llego a casa nadie me dice nada ni me echan la bronca. Y es que me he dado cuenta que, cuando falto, mi familia ni se entera de que no estoy.

No hay comentarios: